28 jun 2007

Espejos. Borges- Obuaro 99

Borges. Espejos

"Él había adquirido poco a poco, desde niño, la virtud o el defecto según se mire, de adornarse de espejos. Es por esto que, desde siempre, le había resultado facilísimo relacionarse con los demás. Cualquiera que le viese tenía siempre la impresión de estar tratando con alguien realmente brillante (llevaba espejos, ¿recordáis?), alguien portador de una especie de luz propia que atraía inevitablemente al resto de personas. Si bien esta atracción era innegable, no bastaba por si sola para que las personas permaneciesen por mucho tiempo a su lado. ¿Cuántos somos capaces de enfrentar permanentemente nuestro propio reflejo? Todos los que a él se acercaron acabaron por marchar desengañados; convencidos, eso sí, de haberle conocido perfectamente aunque en realidad nunca le hubiesen visto. Es por esto que aquel uniforme reflectante que él mismo se confeccionase, ya en su niñez, para ir por el mundo, acabó convirtiéndose en una mortaja iridiscente que, pese a todos sus brillos y destellos, no dejó nunca ya de ser una mortaja. No puedo contestaros si eso le producía dolor. ¿Lo imagináis? Cuando intenté descubrirlo, asomando mis ojos escrutadores a sus ojos, sólo descubrí mi mirada solícita intentando descifrar los misterios que escondía, a través de su armadura de cristal.
Me fue imposible por tanto, y sólo pude ver, en su andamiaje de espejos, el reflejo cansado de mi propia decepción. Me alejé de él, como todos los demás.
No puedo saber si él lo sintió".