8 dic 2010

Fernando Pessoa. Del Libro del Desasosiego 122- Obuaro 194

Del Libro del Desasosiego- Fernando Pessoa

122

Cuanto más alta la sensibilidad, y más sutil la capacidad de sentir, tanto más absurdamente vibra y se estremece con las cosas pequeñas. Es necesaria una gran inteligencia para sentir angustia ante un día oscuro. La humanidad, que es poco sensible, no se angustia con el tiempo, porque siempre hace tiempo; no siente la lluvia sino cuando le cae encima.

El día empañado y lánguido escalda húmedamente. Solo en la oficina, paso revista a mi vida, y lo que veo en ella es como el día que me oprime y me aflige. Me veo niño contento por nada, adolescente que aspira a todo, adulto sin alegría ni aspiración. Y todo esto ha sucedido en la languidez y en lo empañado, como el día que me lo hace ver o recordar.

¿Cuál de nosotros puede, volviéndose en el camino en el que no hay regreso, decir lo que ha seguido como debía haberlo seguido?

Fernando Pessoa. Del libro del desasosiego 64- Obuaro 193

Del Libro del Desasosiego- Fernando Pessoa

64


Estoy en un día en que me pesa, como un ingreso en la cárcel, la monotonía de todo. La monotonía de todo no es, sin embargo, sino la monotonía de mí. Cada rostro, aunque sea el de quien vimos ayer, es otro hoy, puesto que hoy no es ayer. Cada día es el día que es, y nunca ha habido otro igual en el mundo. Sólo en nuestra alma se encuentra la identidad -la identidad sentida, aunque falsa, consigo misma- mediante la cual todo se asemeja y se simplifica. El mundo es cosas destacadas y aristas diferentes; pero, si somos miopes, es una niebla insuficiente y continua.

Mi deseo es huir. Huir de lo que conozco, huir de lo que es mío, huir de lo que amo. Deseo partir -no para las indias imposibles, o para las grandes islas del sur de todo-, sino para el sitio cualquiera -aldea o yermo- que tenga en sí el no ser este sitio. Quiero no ver ya estos rostros, estas costumbres y estos días. Quiero reposar, ajeno, de mi fingimiento orgánico. Quiero sentir al sueño llegar como vida, y no como reposo. Una cabaña a la orilla del mar, una caverna, incluso, en la falda rugosa de una sierra, puede darme esto. Desgraciadamente, sólo mi voluntad no puede dármelo.

La esclavitud es la ley de la vida, y no hay otra ley, porque ésta tiene que cumplirse sin insurrección posible ni refugio que encontrar. Unos nacen esclavos, otros se vuelven esclavos, y a otros les es dada la esclavitud. El amor cobarde que todos tenemos a la libertad -que, si la tuviésemos, la extrañaríamos, por nueva, y la repudiaríamos- es la verdadera señal del peso de nuestra esclavitud. Yo mismo, que acabo de decir que desearía la cabaña o la caverna donde estuviese libre de la monotonía de todo, que es la de mí, ¿osaría yo partir para esa cabaña o caverna, sabiendo, por conocimiento, que, puesto que la monotonía es de mí, la habría de tener siempre conmigo? Yo mismo, que me ahogo donde estoy y porque estoy, ¿donde respiraría mejor, si la enfermedad es de mis pulmones y no de los aires que me rodean? Yo mismo, que anhelo alto el sol puro y los campos libres, el mar visible y el horizonte entero, ¿quien me asegura que no extrañaría la cama, o la comida, o no tener que bajar los ocho tramos de escalera hasta la calle, o no entrar en la tabaquería de la esquina, o no darle los buenos días al barbero ocioso?

Todo lo que nos rodea se vuelve parte de nosotros, se nos infiltra en la sensación de la carne y de la vida, y, baba de la gran araña, nos liga sutilmente a lo que nos rodea, enredándonos en un lecho suave de muerte lenta, donde oscilamos al viento. Todo es nosotros, y nosotros somos todo, pero de que sirve esto, si no es nada? Un rayo de sol, una nube cuya sombra súbita dice que pasa, una brisa que se levanta, el silencio que llega cuando cesa, un rostro u otro, algunas voces, la risa casual entre ellas, que hablan, y después la noche en que emergen sin sentido los jeroglíficos rotos de las estrellas.

20-6-1931