Feliz Navidad...resistiremos este nuevo espejismo anual. Es sólo cuestión de tiempo.
Arteche.
Buena suerte en la exploración de los abismos infinitos del nuevo año 2008.
Cuento de Navidad by Ray Bradbury
El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando éstos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.
-¿Qué haremos?
-Nada, ¿qué podemos hacer?
-¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!
La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.
-Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.
-¿Qué...? -preguntó el niño.
El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer "día". Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:
-Quiero mirar por el ojo de buey.
-Todavía no -dijo el padre-. Más tarde.
-Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.
-Espera un poco -dijo el padre.
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.
-Hijo mío -dijo-, dentro de medía hora será Navidad.
La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.
-Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.
-Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre.
-Pero... -empezó a decir la madre.
-Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
-Ya es casi la hora.
-¿Puedo tener un reloj? -preguntó el niño.
Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible.
-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
-Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.
-No entiendo.
-Ya lo entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado.
Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.
-Entra, hijo.
-Está oscuro.
-No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.
-Feliz Navidad, hijo -dijo el padre.
Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.
FIN
Los -obuaros- son comunes a obituarios y a urbanos. Y esto es lo que se podrá leer en ellos, una serie seguramente inconexa de instantáneas, cosas que pasan, pesan y pisan. Por la urbe o por cualquier parte. Nowhere= Now here.
17 dic 2007
12 dic 2007
21 nov 2007
JM Benítez Ariza. Paisaje con figura(feliz)-Obuaro 110
Paisaje con figura(feliz). JM Benítez Ariza
No es sólo que compartas la extrañeza
que manifiestan los amigos
al ver cuánto has cambiado, qué distinto
eras cuando posabas entre estas pobres piedras
historiadas, sumidas en las sombras,
en las prisas, en la trivialidad,
de una de esas lejanas, persistentes,
fotos de vacaciones;
te parece imposible, más bien, haber estado
tan cerca de ese modo de entender la existencia
que esperas alcanzar
-si es que lo alcanzas-con los años:
de esa especie de lentitud intensa
en la que los deseos se igualan con tu propia
disposición a actuar según sus exigencias:
como en aquellos viajes
en que la indecisión te confinaba
en unas pocas calles de una ciudad extraña
y engañabas al tiempo, y a la posteridad,
posando para alguna de estas fotos
que ahora te sorprenden.
Claro que entonces no podías figurarte
que eso era ser feliz.
No es sólo que compartas la extrañeza
que manifiestan los amigos
al ver cuánto has cambiado, qué distinto
eras cuando posabas entre estas pobres piedras
historiadas, sumidas en las sombras,
en las prisas, en la trivialidad,
de una de esas lejanas, persistentes,
fotos de vacaciones;
te parece imposible, más bien, haber estado
tan cerca de ese modo de entender la existencia
que esperas alcanzar
-si es que lo alcanzas-con los años:
de esa especie de lentitud intensa
en la que los deseos se igualan con tu propia
disposición a actuar según sus exigencias:
como en aquellos viajes
en que la indecisión te confinaba
en unas pocas calles de una ciudad extraña
y engañabas al tiempo, y a la posteridad,
posando para alguna de estas fotos
que ahora te sorprenden.
Claro que entonces no podías figurarte
que eso era ser feliz.
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