31 oct 2009

Por el camino de Swann. Combray.Marcel Proust- Obuaro 161

Marcel Proust- Por el camino de Swann

"Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no, pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que le causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose dee una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal.

¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. El brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo?

Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa) cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria no sobrevive nada y todo se va disgregando!; las formas externas -también aquélla tan grasamente sensual de la concha, con sus dobleces severos y devotos-, adormecidas o anuladas, habían perdido la fuerza de expansión que las empujaba hasta la conciencia. Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.

En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tila que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar el porqué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vívonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de te".

29 oct 2009

Il cielo sopra berlino. Win Wenders- Obituario 160

Il cielo sopra berlino- by Win Wenders

Wenders y Handke nos rescatan de la rutina y la desesperación en un Berlín arrasado como nuestras almas, y sentimos que aún podemos volar, como cuando éramos niños. A lo lejos como un rumor Rilke y Nick Cave alivian el peso y el ruido del mundo mientras Peter Folk que renunció a sus alas fuma un cigarrillo y se bebe un café. Pura poesía.

La primera vez que ví esta película en 1989 lo hice en italiano, desde entonces la sigo viendo y oyendo así.


Salud

Quando il bambino era bambino,
se ne andava a braccia appese.
Voleva che il ruscello fosse un fiume,
il fiume un torrente, e questa pozza il mare.


Quando il bambino era bambino,
non sapeva d'essere un bambino.
Per lui tutto aveva un'anima,
e tutte le anime eran tutt'uno.


Quando il bambino era bambino,
su niente aveva un'opinione:
non aveva abitudini,
sedeva spesso a gambe incrociate
e di colpo sgusciava via.
Aveva un vortice tra i capelli,
e non faceva facce da fotografo. [...]


Quando il bambino era bambino,
per nutrirsi gli bastavano pane e mela,
ed è ancora così.


Quando il bambino era bambino
le bacche gli cadevano in mano,
come solo le bacche sanno cadere;
ed è ancora così.


Le noci fresche gli raspavano la lingua,
ed è ancora così.
A ogni monte sentiva nostalgia di una montagna ancora più alta,
e in ogni città sentiva nostalgia di una città ancora più grande;
e questo è ancora così.

Sulla cima di un albero prendeva le ciliegie tutto euforico,
com'è ancora oggi.
Aveva timore davanti a ogni estraneo,
e continua ad averlo.
Aspettava la prima neve,
e continua ad aspettarla.

Quando il bambino era bambino lanciava contro l'albero un bastone,
come fosse una lancia,
che ancora continua a vibrare...
Quando il bambino era bambino
-recitava a mo di filastrocca-
era il tempo di queste domande:
perché io sono io, e perché non sei tu;
perché sono qui, e perché non sono lì;
quando comincia il tempo,
e dove finisce lo spazio;
la vita sotto il sole è forse solo un sogno?
Cè veramente il male?
E gente veramente cattiva?
Come può essere che io,
che sono io, non cero,
e che un giorno io,
che sono io,
non sarò più quello che sono?


Polga@Films