17 mar 2007

Polga. No amarás- Obuaro 17

Esto que aquí escribo es viejo en el tiempo, pero no ha perdido vigencia al menos para mí.

PROPÓSITOS DE DES-ENMIENDA

La vida es bella, tu verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos......
Por lo demás no hay elección....
( J. A. Goytisolo).

Sólo se pierde lo que no se ama (Claudio Rodríguez).

3. No amarás.

El dolor era hoy su huésped. Después de una noche que había concluido como una guerra sin héroes, como una paz sin alianzas. La hora definitiva había llegado. Era esa hora del alba. Ese momento en el que uno sabe que hay casi tanto que olvidar como que esperar. El final de un tiempo, el principio de otro de los finales. Ese es el momento de la rendición o de la supremacía. El atraque después de la difícil travesía entre la espuma oscura de los días, ó el aterrizaje forzoso entre vítores de desconocidos que aplauden la valentía del piloto después de un "looping" arriesgado. Es esa la hora cruel.


Ella se despedía esa noche entre los brazos de su verdugo, siempre sabría el número del cuello de su camisa, aunque fuera él el causante de que su corazón estuviese totalmente roto. Sabía que "I´ll never kiss your lips again". Sabía que después de mucho tiempo, nunca podría haber calculado cuánto, había llegado al fin la hora de amar. It`s time that you love, baby.", allá, "over the rainbow." Y que si quería llegar allí donde el arcoiris acaba, tenía que decirle definitivamente adiós.

La farsa había terminado, ya no se besarían más para olvidar la vida, jugando como siempre y como J.L. Panero, con la nada. Nunca más sus lenguas se sorprenderían en el frágil deseo de las materias húmedas, ni segregarían ese caudal incontenible e inagotable de buena saliva. Romperían un destino común que les había hecho compañeros sin compañía.


Aquellos propósitos que en principio les habían parecido tan importantes, se habían desvanecido, como por desencanto. Se habían disipado en el aire. Y entonces, cuando bajaron al río, "the river was dry". Estaban embarrancados en un Nautilus hundido en el desierto, y escuchando a través del hilo musical un imposible " moon river ", new age. Mientras, él le tarareaba al oído "Stay " ("as sweet as you are/ in my corner/ just a little bit longer/ don´t change baby, don´t change."). Pensaba lo que ya decía Spencer Tracy- "nunca se llega a conocer a una mujer, tanto como se la ama ". Te llamaré, te diré que es cómo antes, que nunca podré dejar de amarte, y que te amaré hasta la muerte. Esas fueron sus últimas palabras, las del amante que nunca sería ni fue el de China del Norte. Después escuchó en orquesta los lastimosos ruidos de los desagües, esa música en las cañerías de Bukowski, las del cuarto de baño. Luego el pestillo de la puerta blindada.

Ella, mientras, se tapaba con la manta hasta las orejas, como cuándo era niña, para que no adivinaran que estaba allí escondida y que no quería ir al colegio. Habían llegado los momentos del hastío. Se habían sorprendido, sin quererlo, en el insoportable cansancio de haber sobrevivido a la total desesperanza, a la manera de A. Mutis. Sus labios habían envejecido en palabras incomprensibles, ajenas a ellos mismos. Los días, dándole la razón por enésima vez a D. Jaime, habían pasado a ser todos laborables. Se habían rendido a mil batallas, aún sin luchar. Habían descubierto, como por iluminación rimbaudniana, que no es que se hubieran ido, sino que posiblemente nunca habían estado.


Ella se prometió, como naufraga en el dolor, y experta en el desaliento, que nunca nadie le volvería a herir otra vez. Qué ésta no era la primera, pero sí sería la última. Que nunca más volvería a amar a nadie. Que nunca más volvería a lanzarse al ruedo. Que practicaría, ahora, convencidamente, el celibato. Algún día, cuando se secaran definitivamente sus lágrimas, dejaría de llorar. Tan sencillo dejar de llorar, como dejar de amar. Sería cuestión de tiempo, quizá unos días, o tan solo unos meses. Tristemente sencillo.


Recorrieron sus cuerpos humedecidos por dentro y por fuera, pulgada a pulgada. Repasando con la lengua cada cabidad, cada vez menos pronunciada, cada arruga, cada vez más profunda. Con la nariz, fueron peinando delicadamente las zonas pilosas que cubrían sus partes pudendas. Y se rieron como solo se ríe en la primera etapa de la ebriedad. Todo impúdicamente, sin vergüenza, ya con todas sus vergüenzas desveladas, destapadas, confesadas, según sentencia condenatoria del tiempo, ese tirano indestructible que sabe cuando clavarte ese cuchillo por la espalda, cuando estás desprevenido, " tú también, hijo mío."Todavía se reconocían en sus primeros cuerpos. Aquellos, más gráciles y tersos, más valientes y felices. Éstos, más torpes y arrugados, más inseguros y cobardes. Toda una gran victoria del destino genético. Pero todavía continuaba latente ese deseo de ingravidez de sus adolescencias. Ese querer flotar, volar, por encima del mundo y de los otros, como Ícaro, Bach y Saint Exupèry, cómo los ángeles, que sólo ellos tienen alas, tal y cómo cuando " il bambino era bambino", y para comer le bastaba con el pan y la manzana. Reclamarían atención como los príncipes destronados, dejando caer, desde lo alto, como en la cabalgata de los Reyes Magos, caramelos masticables Sugus de Suchard. Luego, esa sensación de ligereza se tornó pesadez, con un tonelaje superior a los mil kilos. "No te encorves, sino para amar", decía Renè Char, pero el peso corvó su voluntad y resucitó en ellos el deseo de contraer una anorexia mental, enfermedad hasta hoy indiagnosticable, por todavía inexistente. Se permitieron esta vez todos sus besos censurados, todas sus posturas imposibles, todos sus excesos autolimitados, todos sus pesos pesados.


Su disfrute golpeó directa, contundente e inapelablemente, a la manera de las derechas de Foreman, sus mandíbulas. Pero era demasiado tarde, ya habían perdido, sin saber muy bien cómo el combate en Kinshasa, frente a Mohamed Alí.Su valiente decisión, su gran éxito, sería también su enorme fracaso, y su condena, esa de vagar sin alma por el espacio de los vivos. Ya se imaginaba a sí misma como una mujer sola, de las de papel "couché", de las de Carmen Alborch, autosuficientes, emocionalmente independientes, y seguras hasta en sus errores. Pero bien sabía que el solas de verdad era ese de Benito Zambrano, de las que están seguras que siempre se equivocan, y de que la vida, también de género femenino, está equivocada, sobre todo cuando se nos muestra bella, plena, cinematográfica.


Sabía que había aprendido muy bien, lo que le enseñaron muy mal, esto del arte de amar. Empezaron, se perdieron y recomenzaron entre las líneas de Eliot, Cernuda y Holdërlin. Después sólo serían una excusa para tomar la primera copa, la de la sed, al decir de Ramón Gómez de la Serna. Se convencieron entre cristales oscuros, cuentos de hadas de bellas y bestias, piedras de colores y fotogramas que ahora eran sólo una excusa para la segunda, la tercera, y hasta la cuarta copa. Fueron Meryl Streep y Robert de Niro enamorados, creyeron en los finales amargos y felices, de esos de los buenos como en Casablanca. Se vieron al borde de la piscina como en una historia en Filadelfia, y rompieron las olas, con el milagro de su palabra, como Bess y Jan, con el repicar de las campanas en alta mar.Bastaba querer, bailar, y hacer el amor. La pasión era la de Picnic, que entre mensajes subliminales, acababa cuando ella se alejaba en autocar y él se iba en el tren. El beso era ese no fingido que iluminaba la pantalla con Gary Cooper y Pat Neal, como protagonistas en el Manantial y que sorprendería al propio Klimt hipnotizándolo sin remedio. El amor era "Tu y Yo", en blanco y negro, o en color. El amor estaba allá arriba, en el piso 102 del Empire State Building, dónde King Kong buscaba a su amada rubia. "Es lo más cerca que tenemos del cielo aquí, en Nueva York. - Ese lugar donde si lo intentas y perseveras los deseos se consiguen, siempre después de seis meses. La verdad, que no quisieron escuchar, la apuntaba poéticamente Irene Dunne.- los deseos son sueños que soñamos al despertarnos, eso decía mi padre, mi padre bebía ¿sabes?.

Amar era correr descalzos por el parque ó incluso desnudos dependiendo de los tragos de menos que se lleven, porque cuando uno ama nunca hay un trago de más. Era cantar juntos boleros con los que el reloj se detenía ó bien giraba al revés cambiando el mundo. Era pisar los charcos, cantando bajo la lluvia, sin que el paraguas se rompiera, el guardia le multase, y sin coger después una pulmonía. Era veranear en Roma, montado en Vespa, sin tener nunca que echar gasolina. Era saber que en los brazos de Ruby, cada sábado noche, todos sus sueños " when I´m walking down the street with you, se hacen realidad, porque no puede ser de otra manera si " I´m love with a Jersey girl ".. Era ese prometer sin temor que le querría siempre, de aquí a la eternidad, en la ciudad dónde el tiempo se detuvo, más allá del jardín del bien y del mal, bajo este amor que crece, y no se muere, que sigue, y no se acaba.Era saber que era bueno llevar su nombre tatuado marcando sus doloridos dentros, porque si alguna vez perdían la memoria, se rompería violentamente la piel de su pecho para que se identificaran.


Buscarían siempre la venda de sus abrazos. " Ella me abraza, y basta. "- dice Claudio Rodríguez. Era como en una crónica de motel cuando se sabía que cada mirada que robaba le añadía un día de vida. Y eso era el fatum del amor, amar siempre y con todo el ser, al bien decir de Rubén Darío, y cuando la montaña de la vida/nos sea dura y larga y alta y llena de abismos/ amar la inmensidad que es de amor encendida/ y arder en la fusión de nuestros pechos mismos..., cómo en las películas - " no es más que una película estúpida"-. No tan estúpida. - Como la vida-.Y un día tras otro, se despertará y él no estará, no será más su chica preferida, ni buscará rincones escondidos en los bancos oscuros de algún parque para enmarcar con un paisaje usado su amor de polaroid. Un día tras otro se levantará y él no estará. El silencio de los días le evocará el olvidado cuento francés " Assassinar amb lámor ", que alguien escribiera allá por el lejano 1967 y entenderá porqué los hastíos del amor desembocan en otoños grises. En inviernos de pies fríos y capilares rotos. Harán que beba con ellos esa cortesana casquivana, que es la memoria, perversa y monstruosa, para matar el recuerdo. Ella, en su defensa, convocará siempre a un monstruo aún mayor, el tiempo. Éste es el secreto de los dioses, que siempre están jugando con los humanos, y así, la vida que juntos conocieron se convertirá en un asesino implacable, un hacedor de crímenes perfectos, la ciudad se tornará sórdida, lúgubre, mensajera de una muerte anunciada; acosarán todas las cosas que vivieron juntos, las aficiones que creyeron compartir, y los sueños que alguna vez, en plena euforia, caminando hacia ningún lugar, juraron convertir algún día en realidad. Verán a los asuntos pendientes resucitar hasta volverles muy locos. La ciudad estará ahí a punto de romperse- nos recuerda Ángel González-. Girará y se convertirá en un molino que todo lo deshace. La ciudad que los viera pasear, reír, se convertirá en un gran altavoz que le devolverá aquellos pasos perdidos y aquellas desahogadas risas, como una carcajada salvaje, en medio de la más absoluta oscuridad. Pero puesta a no tener, algo obvio, no tendrá huevos ni para morirse. La razón no servirá de nada, esa necesidad de amar, será más fuerte que ella misma, inagotable, incansable, más fuerte que su sincero propósito de enmienda, que su propia soledad. Supondrá, como Cassady, que esta no será la última vez que se suicide, que ocurrirá cada vez que venga otro amor, y otro; y la vida continuará, porque todos seguirán, todos siguen.


Después, intentando expulsar demonios y huir de la tristeza de la cama vacía, acogerá cualquier exceso, saturándose de alcohol, tabaco y sexo, como un viejo y vencido rockero, como un Easy Rider sin moto. Perseguirá sin descanso el momento de la sensación verdadera de Handke. Ésta quizá sólo se encuentre allá en Iowa, después de los puentes Roseman y Molliwell, en el condado de Madison; ó allá muy lejos en África, dónde las mujeres escriben sus memorias, bajo un árbol, acompañadas por mansos leones. Ó quizá sólo puede ser en Montana, después de haber aprendido, con paciencia, a encantar a los caballos susurrándoles al oído para curarles.Y vendrán unos y otros, se embriagará de placeres en orgías desenfrenadas. Se instalará en el Vesubio Café; viviendo rápido, para gozar lento, cansada, golpeada, destrozada. Perdida, quizá para siempre, buscando en los labios de cada nuevo amante sus labios, y entregándose en cada abrazo como en los brazos de aquél en que se perdió una vez. Y la habitación aparecerá con la perspectiva hiperbólica de la habitación de Van Gogh en Arlès. Pasará del amor al odio, y del odio al amor, continuamente. " Odi et amo quare id faciam fortasse requiris. Nesero, sed fieri sentio et ex crucior "- diría Cátulo, el excelso poeta del amor.


Vivas en el recuerdo se habían instalado ya sin remedio las palabras pronunciadas en aquel último y primer orgasmo. En aquellos momentos, de absoluta improvisación, crearon palabras que rebautizaron partes de su cuerpo, y fueron capaces de inventar juego prohibidos. Inventaron disparatados, e incluso poéticos vocablos desconocidos. Y así, con desmedida impaciencia, buscará ella, sin conseguirlo, aquel orgasmo, y aquellos sus vocablos, y también el dulce y tierno amor de Gil de Biedma en su Pandémica y Celeste " para dormir al lado, y que alegre mi cama al despertarse, como un pájaro ". Y continuará la necesidad de poder suplir esa falta de cuerpo, más que esa parte de sentimiento; ese no poder tocar, palpar. Vamos por partes- que diría Rubén Darío- comenzará muy puro, pero el final ¡carne¡. Porque, como dijera el poeta, los misterios del amor son del alma, pero un cuerpo es el libro en el que se leen.


Ella, se sabrá ante la vivencia de ese cada día anticipadamente inútil " insomne, fatigado, velando/ mis armas derrotadas/ y cantando", ahora una tango o una milonga sentimental para no llorar, cantando como Machado, lo que se ha perdido, por lo que se muere. Anhelará un amor sin exigencias de futuro, un amor más poderoso que la vida. Buscará el merecido reposo del guerrero de antaño, del hombre tranquilo, el lugar dónde descansan todos los corazones hambrientos. Porque hasta Dios el séptimo día descansó, ó como apunta Ángel Gonzalez- más bien ¿se cansó?. Ese amor encontrado y perdido, perdido y encontrado, que entona a lo lejos " nobody will love you the way I could, cause nobody´s that strong...". Mientras, ella, apurará la botella medio vacía, en una de esas noches memorables, con los ceniceros sucios, y el alma buscándose en la caravana fugitiva del tiempo.

Será el amor y no la Ley de Newton
quién al fin te redima del airoso pecado del acróbata. ( J.C. Suñén).

Quiero morir así,
así, en tus brazos. ( J.A. Goytisolo).

@polga


Room in Brookling- Edward Hopper

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