17 mar 2007

Polga. Rosaura- Obuaro 22

Rosaura

Partiendo de la base de que todo
es mucho mas mezquino y mas pequeño
de lo que calculamos
a través de la lupa de los sueños. ( J. Sálvago)


Rosaura se solía sentar en la últimas filas de la clase. Pero no exactamente en la última, siempre disputada por los mas jaraneros y graciosillos de clase, y algún aspirante a gamberrete sin futuro.Rosaura, prudente y serena, callaba y miraba atentamente a la pizarra como si su mirada pudiera atravesarla o transformarla con su desbordante imaginación y sus evocadores sueños. Y probablemente así era. Se quedaba sencillamente ensimismada con una leve sonrisa dibujada en su rostro, que bien podía haber sido de desencanto. O al menos, eso pensaba yo que veía de todo punto imposible sonreír ante una complicada integral, el análisis sintáctico de una oración gramatical sin sentido o la representación gráfica de varias moléculas que, según afirmaba rotundamente la profesora de química, configuraban el carbono.
Para los que teníamos dieciséis años, la sangre hervía y corría por nuestras venas sin descanso, buscábamos sin pausa compañeros de correrías y continuos viajes que discurrían inevitablemente en círculos concéntricos. No había nada comparable por aquel entonces al ritual de la “quedada” de después de clase con tu grupo de amigos, que no era mas que una excusa razonable para seguir jugando como los niños, que decían en el colegio que ya no éramos.
Sentados en el mismo banco del mismo parque, con muchas latas de cerveza a nuestros pies, unos cuántos cigarrillos comprados por unidades, unas cuantas bolsas de patatas fritas, muchas cosas que contar pero nada que decir, muchas risas nada graciosas, conversaciones insulsas y atropelladas a voz en grito y llenas de palabras de las que nos decían que no se debían decir., todo fuera de contexto, así gastábamos nuestro tiempo, que era mucho. Todo para que el resto del mundo nos oyera reír y rebuznar.
Pero Rosaura, cuando venía, ya que no siempre lo hacía ni se dejaba oír. Mantenía la misma expresión en sus cara que ante el encerado de clase. De vez en cuando, sin que nos diéramos cuenta, aproximaba con una delicadeza inusual la lata de cerveza a la comisura de los labios y a pequeños sorbos agotaba su contenido como si en lugar de cerveza se tratara de un sofisticado “negroni” en vaso largo. Las patatas fritas, apenas las mordisqueaba, mas bien las acariciaba con sus dientes, sin tan siquiera humedecerlas, como si se trataran de elaborados canapés ofrecidos en una elegante bandeja de plata. Y así, su boca apenas se abría para comer, apenas lo hacía para beber, ni para hablar. Nunca nadie la vio bostezar ni gesto alguno que evidenciara hambre, sueño, cansancio o aburrimiento.
Solo a veces, en los soñados caminos de la tarde, Rosaura, sentada siempre correctamente con las piernas muy juntas y sus huesudas rodillas al aire escuchaba atentamente a alguno de nosotros contarle nuestros graves problemas sentimentales, conflictos paternofiliales, y desánimos de rebeldes adolescentes descontentos con su vida y enemigos de los oxidados sueños de sus mayores.Era la mejor escuchadora de todos nosotros. Parecía oír a través de su mirada penetrante, cálida, abierta y transparente, y de su sonrisa a la manera de Gioconda. Sus pocas pero siempre certeras palabras, conseguían que te sintieras escuchado, comprendido y acompañado. Porque, en definitiva, los adolescentes se desconciertan mucho cuando descubren que están completamente solos, y cuando vislumbran que así será para siempre. Ellos no quieren vivir a solas sus soledades ni aceptar las limitaciones de los suyos, ni vivir en el mundo que descubren. Pero acaban por claudicar.
Rosaura no parecía participar de las mismas inquietudes, problemas y pequeñas rebeliones de los demás. En alguna de sus raras conversaciones se refería, sin darle mucha importancia y con sorprendente familiaridad, a la vida de alguno de los personajes de los libros que continuamente leía, o de las películas que absorbía como si solo allí habitaran sus rebeldías, preocupaciones, ocupaciones y afectos. Parecía que su reino no era de nuestro mundo.
Me empecé a interesar personalmente por Rosaura, cuando fui plenamente consciente de su desdén hacia lo nuestro. Poco a poco, no sin dificultad, logré compartir con ella algunos de sus disparatados juegos e increíbles proyectos: colocamos un guardador de sueños en la puerta de nuestras casas, como hacían los indios, para que los falsos sueños no cruzaran la puerta construida para ello de marfil. Imitamos y fingimos ser los personajes de sus libros y películas favoritas. Me dejaba "pedirme" los personajes protagonistas pero siempre hacia que los secundarios suyos fueran mejores. Escuchábamos sin descanso, una y otra vez, sus músicas de insomne; ella apenas dormía porque por aquel entonces no debía saber que no es posible que el hombre esté siempre despierto. Fueron buenos tiempos. La realidad apenas nos rozaba. Me enseñó a abrir las ventanas del alma, a distinguir los graves y los agudos del sistema de sonido total, a crear e inventar mis propios sueños regalándolos después a los demás. Acabaríamos, comentábamos entre risas, con el resto de nuestro grupo de amigos, de viejecitos, encorvados, con todas nuestras canas y nuestras arrugas jugando al dominó o a los bolos en el parque donde bebíamos nuestras cervezas.
No sé muy bien cómo, Rosaura hacia que siempre nos mantuviéramos lejos de la monotonía, del tedio, de la vulgaridad, del aburrimiento, no era este un mundo para vivir en él nosotros, sus amigos. Conseguía también mantenernos lejos de esas decepciones inevitables y de esos golpes que da la vida, tan fuertes...Eludíamos la realidad con la naturalidad y destreza de quien solo ha aprendido en los libros y en las películas respuestas para un “happy end”. Fuimos así sellando una profunda y estimulante amistad en un mundo de ensueño creado por nosotros mismos. Y así conocimos a los hiladores de sueños al decir de Machado “la verde esperanza y el torvo miedo”.
Luego vinieron otros tiempos, nos alejamos como después de un sueño, no acertaría a decir en que instante sucedió. Me empezaron a interesar pasiones terrenales, miserias de organizaciones políticas y sindicales, y mi vecino del quinto izquierda. Rosaura, segura y distante como siempre, seguía allá arriba. Había construido su propio templo y levantado sus torres con muchos sueños extraños, con sus temores, con sus lágrimas, habiendo conseguido que fuera mas real que el mundo, que nuestro mundo.
Las tragicomedias de las vida, las dolorosas experiencias y los pequeños y grandes fracasos me hicieron aterrizar muchas veces. Y a fuerza de aterrizajes, muchos de ellos de emergencia, fui aprendiendo a desplegar casi a tiempo el maldito tren de aterrizaje, a esquivar las manchas de aceite, y a aceptar el cuerpo a cuerpo con mis mejores y peores fortunas... Y llegué a saber que toda dicha humana, en fin, pasa como sueños, y hay que aprovecharla el tiempo que dure.
De Rosaura nada supe en años. Un día de esos en los que uno no está muy conforme con la vida acudí sola al cine.-"Todos soñamos lo que somos, aunque ninguno lo entendemos"-. La película decían las críticas era de esas tristes, duras, descarnadas, que te abofetean con una sobredosis de realidad. Se titulaba “La vida soñada de los ángeles”. En la cola del cine, me pareció ver a lo lejos a Rosaura. No sabía qué hacer. -"Hermosa vida que pasó, y parece ya no pasar"-. Desde el instante mismo de su aparición ahondaron sueños en mi memoria. Así, un instinto irrefrenable me condujo hasta ella. Estaba vieja de sí misma. Parecía cansada. Bostezaba. Había engordado muchísimo. Su aliento olía a ginebra. Había exprimido la penumbra de sus sueños en un vaso. Su pelo enmarañado era casi todo blanco. Nadie podría haber adivinado en ella, aquella adolescente frágil, tierna y atractiva, de huesudas rodillas al aire. Su enigmática sonrisa había desaparecido sin dejar rastro. Sólo sus ojos, esos ojos que veían a través del encerado, eran como los de entonces.- "Todo es soñar, el caballito soñado y el caballito de verdad"-....
Mi impulsivo acercamiento fue de lo mas inoportuno. Le pregunté- no había hecho ni puta falta- qué tal le había ido la vida. En pocos minutos supe que sus padres habían muerto después de largas y penosas enfermedades, que su Segismundo refrenó la pasión hacia ella y se casó con otra, que trabajaba en una fotocopiadora por horas, que su guardador de sueños le había sido arrebatado de la misma puerta de su casa, y que había perdido todo contacto con aquellos, los de entonces, refiriéndose a todos nosotros. Súbitamente, se desvanecieron completamente aquellos remotos sueños de nuestra adolescencia en mi cabeza.
No quise seguir hablando. Prometimos llamarnos. Ambas sabíamos que no lo haríamos. Justo antes de entrar en el cine no pude evitar preguntarle.- Rosaura, ¿Te acuerdas de nuestros viejos sueños?- ¿Sueños dices?, sí, ahora duermo mucho mejor que antes, -me contestó.
Isa, María, Rosaura... y la aceptación de aquello contra lo que siempre habían luchado.

Serás uno más, perdido
viviendo de algún trabajo
deprimente y mal pagado
soñando en algo mejorque no llega(J. Gil de Biedma)


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